La relación que desde mi infancia he mantenido con el medio natural, ya fuesen campos de cultivo o reservas naturales, es uno de los condicionantes que han alimentado mi obsesión ante la idea de paisaje y que no ha hecho, más que ayudar a incrementar mi interés por una experiencia de la naturaleza que se centra en el análisis de las relaciones entre el individuo y su entorno.

sábado, 10 de enero de 2009

Nuevos espacios escenográficos, 2009

                                                                    Nuevos espacios escenográficos, 2009 Fotografía dimensiones variables

Nuevos espacios escenográficos, 2009 Fotografía, impresión Ink jet sobre  papel fotográfico Epson, Laminado, Forex, 80 x 120 cm.

viernes, 9 de enero de 2009

Nuevos espacios escenográficos

En la incesante búsqueda de nuevos espacios reflexivos para el arte, muchos artistas y teóricos están fijándose en nuevos lugares, cito como ejemplo de uno de estos planteamientos, el texto de Marc Auge: Lugares y no-lugares, que aunque esta enfocado al concepto de las ciudade de hoy, podemos apropiarnos de esta pareja de significantes para, con la licencia citada, enfocarlo al paisaje. 
El autor describe lugar como un espacio que implica al individuo; cito textualmente:

“un lugar, es un espacio dentro del cual pueden leerse algunos elementos de las identidades individuales y colectivas, de las relaciones entre los unos y los otros y de la historia que comparten”.[1]

Si entendemos este espacio igualmente como entorno que también es parte del paisaje y que queda inmediatamente fuera de la ciudad por opuesto geográfico; lo que no es ciudad es lo otro. Esto otro, el paisaje, tiene como reflejo de la cultura, unas características que lo identifican y definen como miembro o parte de esa sociedad. Ya que la tierra que forma estos territorios alberga las vivencias y la historia de una cultura que dejo estos lugares para irse a la ciudad, por tanto la historia de la ciudad esta ligada a la historia del campo.

Y en cuanto al segundo significante: “Un no-lugar, a la inversa, se definirá como un espacio donde no pueden leerse ni identidades ni relaciones, ni historia”.[2]

Es la definición que Marc Augé utiliza para nombrar los lugares que están a las afueras de la ciudad, las zonas en la “periferia inmediata de los pueblos y de las pequeñas ciudades, como los accesos de algunas –grandes superficies- (supermercados) han llegado a ser lugares de encuentro episódicos o regulares”.[3]

Me gustaría sirva de introducción para el concepto de paisaje autónomo que es el desencadenante de las series Nuevos espacios escenográficos, y Periferias que tiene bastante que ver con esta concepción de los no-lugares.


                                                                                         De la serie Periferias, 2009 Fotografía dimensiones variables

                                                                                  De la serie Periferias, 2009 Fotografía dimensiones variables

Paisaje autónomo

Los paisajes autónomos como su nombre indica, son aquellos que pueden prescindir de una justificación, sea de tipo histórica, literaria o estética. Son los paisajes a los que atribuimos una serie de cualidades o valores que los convierten en zonas independientes y diferenciadas sobre las que actuar, y están condicionados por unas normas o reglas, morales o de legalidad.

El territorio, un entorno, se convierte en paisaje cuando nosotros le atribuimos determinados valores sobre los que una escala de carácter estético o conceptual realiza la elección de una “escena” que separamos de algún modo del medio natural que la contiene.

El medio rural, que antes concebíamos únicamente como lugar de trabajo, tierras de explotación agrícola, cuyo valor estético era poco o ninguno -salvo para aquellos que tenían la suficiente sensibilidad para verlo- ahora se ha convertido en icono de un tipo de experiencia de la naturaleza, también el factor económico ha puesto de moda la visita a campos de cultivo, zonas agrícolas o pueblos cuya subsistencia se debe en la actualidad, al turismo rural que no vende otra cosa diferente de campos de cultivo, y la vida sosegada de los pueblos que antaño fueron centro de las actividades agrícolas.

Sucede igualmente con las áreas recuperadas de los cursos de los ríos o las periferias de las zonas industriales o las ciudades, son el foco de acción de nuevas miradas que pretenden recuperarlas, dotándolas ahora de unos valores distintos a los que tenían. Asumidas como tierra de nadie, estas zonas eran consideradas como tierras inútiles sobre las que todo tipo de actividades estaban permitidas: vertido de escombros, tala de árboles, etc. 

La legislación tiene mucho que ver con la aparición de este tipo de paisajes autónomos que parecen surgir espontáneamente en cuestión de semanas. El simple hecho de colocar un tablero indicando una ruta, o un cartel donde se informa que la zona, ahora es área protegida, y que el vertido de escombros o residuos es punible por la ley, actúa a modo de lavado ecológico de la zona, en el que la basura es retirada, se procede a una forestación de crecimiento rápido, muchas veces sin tener en cuenta la plantación de árboles de crecimiento más lento pero de especies autóctonas y en poco tiempo estamos ante un nuevo paisaje. 

Podríamos decir que con el arte sucede lo mismo, es capaz de convertir un área desolada en el más bello de los paisajes, sólo por el hecho de atribuir a determinado lugar un valor estético lo estamos convirtiendo en artificio. Esta cualidad del arte: el artificio, lo construido, hace que aparezca como opuesto de las “obras de la naturaleza”, pero “el concepto de lo que es naturaleza no se encuentra en nuestras ideas […]”, sino que “[…] surge de las diferencias entre lo creado por el ser humano y lo que no”.[4] Lo que nos pone difícil afirmar a que territorio pertenecen las coordenadas de estos otros paisajes: los paisajes autónomos. Ya que no forman parte del proceso natural de creación de un entorno.

La Naturaleza, como muchos entendidos afirman, es un invento, una convención humana, una creación que nuestra sociedad proyecta y que se sustenta en el mito de la Naturaleza, como fuerza creadora de todas las cosas, excluyendo al ser humano y todo lo tocado por el.[5] 

Debemos recuperar como naturaleza todos aquellos productos que tienen que ver con el ser humano, los tocados o fabricados por él ampliando la acepción original con nuevos colores, texturas y energías. No sólo se trata de renombrar las cosas, es un ejercicio de adaptación de los vocablos existentes ampliándolos con diferentes matices.

De estos paisajes –autónomos- y de las reflexiones suscitadas a partir de los espacios periféricos, salieron una serie de propuestas que han quedado registradas bajo el nombre de nuevos espacios escenográficos, estos nuevos espacios no son otros que los márgenes del río, periferias de la ciudad y campos de cultivo, zonas que parecen ser tierra de nadie, a las que no se da ninguna utilidad, en concreto, las fotos que a continuación muestro están tomadas en los alrededores de Talavera de la Reina, entre los campos de cultivo y el afluente Alberche, que desemboca en el río Tajo. Una franja invisible de paisaje que pasa desapercibido, como si fuese invisible, un espacio donde habita lo desconocido. 

                                                               Nuevos espacios escenográficos, 2009 Fotografía dimensiones variables 
   
                                                                Nuevos espacios escenográficos, 2009 Fotografía dimensiones variables
                                                                Nuevos espacios escenográficos, 2009 Fotografía dimensiones variables





[1] AUGÉ, Marc. Lugares y no-lugares, en Los “no lugares”. Espacio del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Barcelona, Gedisa, 1994. p. 238

[2] AUGÉ, Marc. Op. cit. p. 239

[3] Ibíd.  

[4] MADERUELO, Javier, Introducción en AA.VV. Arte y Naturaleza, Actas nº 1, Huesca, Dip. Huesca, 1995 p. 14 
[5] SABORIT, José. 1. Dos introducciones a la naturaleza, en ALBELDA, J. y SABORIT, J. La construcción de la naturaleza, Valencia, Generalitat Valenciana, 1997 p. 19